GILLES DE RAIS: UN BARBA AZUL ENTRE SANTOS Y DEMONIOS
El Mal existe: en la Edad Media vivió en Francia y se llamaba Gilles de Rais aunque sus jueces le pusieron por nombre “El Aborto de Satanás”. Mariscal del rey Carlos VII, paladín de Juana de Arco y en su tiempo héroe nacional, violó, torturó y asesinó a varios centenares, quizá un millar, de niños y adolescentes con el fin de obtener con su sangre la piedra filosofal que le hiciera inmortal pero también, y como reconoció en el juicio, por simple placer personal o por puro aburrimiento... Apasionado de la alquimia, invocador de demonios, cuando por fin es juzgado y condenado, este asesino en serie por vocación “artística”, confiesa, se arrepiente y muere como un santo en medio del duelo general.
“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes, niños y niñas, y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos. Aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados. En todas estas viles acciones yo fui la fuerza principal, aunque he de mencionar como asesinos de niños a mis primos Roger de Bricqueville y Gilles de Sillé, a mis criados Griart y Étienne Corillaut, alias “Poitou” a mi otro criado Rossignol y al pequeño Robin, que desgraciadamente ha muerto. Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros les até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente. Me gustaba poner mi miembro viril en los culos de las niñas que no sabían todavía para qué servían sus otras partes. Dejé que mi semen impregnara los cuerpos de estos niños y niñas hasta cuando estaban agonizando”.
Estas monstruosas aseveraciones y lo que sigue son sólo una mínima parte de la confesión que hizo Gilles de Rais, uno de los mayores y más crueles y perversos asesinos en serie de la historia, en los días previos a su ejecución en Nantes.
“Éste no es el final de mis execrables crímenes. Siempre me he deleitado con la agonía y con la muerte. A aquellos niños de cuyos cuerpos abusé cuando estaban vivos, les profané una vez muertos. Después de que hubieran muerto, gozaba a menudo besándoles en los labios, mirando fijamente los rostros de los que eran más bellos y jugueteando con los miembros de los que estaban mejor formados. También abrí cruelmente los cuerpos de aquellos pobres niños o hice que les abrieran en canal a fin de poder ver lo que tenían dentro. Al hacer esto mi único motivo era mi propio placer. Codiciaba y deseaba carnalmente su inocencia y su muerte. Con frecuencia, he de confesar, y mientras esos niños estaban muriendo, yo me sentaba sobre sus estómagos y experimentaba gran placer en oír sus estertores de agonía. Me gustaba que un niño muriera debajo de mi cuerpo, u observar como uno de mis criados cometía actos de sodomía con un niño o una niña y le mataba después. Solía reírme a carcajadas a la vista de un espectáculo así en compañía de los mencionados Corillaut y Griart. Ordenaba que Griart, Corillaut y los otros convirtieran después en cenizas los cadáveres de mis víctimas” reconoce el monstruo, que continuó por varios días desgranando un rosario de horrores ante los espantados oídos de quienes le juzgaban.
“Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer” continúa el maléfico personaje cuyas atrocidades sirvieron dos siglos más tarde de base a Charles Perrault para escribir su “Barba Azul” aunque en el cuento cambió a los niños por mujeres. “Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos”.
Nacido el año de 1404 en el castillo de Machecoul, en el seno de una de las familias más nobles y adineradas de una Francia inmersa en la guerra de los Cien Años, cuando Gilles sólo cuenta 10 años, su padre, Guy de Rais, muere por las heridas inflingidas por un jabalí en una cacería. La agonía fue espantosa ya que el barón de Laval se mantuvo con vida varios días en el castillo con el vientre abierto. Esa imagen se le queda grabada a fuego al niño y seguramente es la que años después intenta reproducir con sus víctimas. Gilles hereda entonces la vasta fortuna familiar aunque durante gran parte de su adolescencia queda bajo la férula de su abuelo materno, un hombre ambicioso y carente de escrúpulos cuyas intrigas acrecentaron aún más la fortuna del huérfano. Además de convertirle en un alcohólico, le obliga a casarse con su prima cuando sólo tenía dieciseis años por puros intereses económicos. El matrimonio celebrado en 1420 sucitó cierta polémica por la relación de parentesco que tenían y por no haber pedido permiso al Papa.
Desde los dieciséis años, época en la que comenzó a guerrear bajo la bandera del duque Juan V de Bretaña hasta la fecha en la que, con veinte, entró al servicio personal del delfín Carlos, sus condiciones como combatiente fueron sobresalientes. Durante sus primeras acciones de guerra enmarcadas en los litigios que enfrentaron a las casas de Monfort y de Penthiévre, Gilles demostró una inusual pericia con las armas. Sus compañeros de batalla aseguraban que “un espíritu demoníaco parecía poseerle cada vez que la sangre afloraba en el combate”. La verdad es que Gilles disfrutaba con la guerra, era como un juego para él: cabalgar a lomos de su caballo favorito, Noisette, desenvainar la espada y medirse con el enemigo en singular duelo era lo mejor que podía sucederle a un hombre de armas francés, educado para la guerra y preparado para morir si fuese necesario. A los veintidós años organizó su propio ejército pagado de sus arcas; no en vano en su blasón confluían tres grandes fortunas que le aupaban a lo más alto de la pirámide social gala. Tan sólo el rey se situaba por encima de su escudo, y, a decir de muchos, ni siquiera eso. Fue entonces cuando junto con sus hombres se puso bajo el mando de Arthur de Richemont, hermano de su señor, el duque de Bretaña y condestable de Francia. Juntos dirigieron sus tropas rumbo a Chinon dispuestos a una última defensa desesperada en torno al delfín Carlos VII. Corría el año 1427. Durante los meses siguientes, Gilles se distinguió ante los suyos luchando en pequeñas pero encarnizadas refriegas contra los ingleses. La furia le dominaba en aquellos envites, hasta el punto de que en numerosas ocasiones sus lugartenientes debían frenar su ímpetu suicida. Era tal su desprecio por la vida, la propia y la de sus contrincantes, que algunos nobles cruzaron apuestas sobre el tiempo que le quedaba al barón de Laval antes de morir en combate.
A la edad de 24 años, un hecho extraordinario da un nuevo sentido a su vida: conoce a Juana de Arco, extraordinaria mujer a la que siguió y protegió durante los años que ésta luchó por Francia y por Carlos VII. Cuenta la historia que una de las antorchas prendió por accidente los flecos del estandarte de Juana. Ésta, sin perder la compostura, orientó la tela hacia el suelo, donde se apagaron las llamas gracias a una eficaz maniobra en la que su yegua pisoteó el fuego. La imagen estremeció a Gilles de Rais, quien creyó ver en ese momento sublime la figura de Dios encarnada en la Tierra. Sollozando, prometió ser el campeón eterno de la doncella: por ella lucharía, junto a ella mataría y, si fuera necesario, moriría en ese trance espiritual que tanta paz y tranquilidad le estaban dando. “Cuando la vi por primera vez parecía una llama blanca. Fue en Chinon, al atardecer, el 23 de febrero de 1429. Desde el principio fui su amigo, su campeón. En el momento en que entró en aquella sala un estigma maligno escapó de mi alma y, ante el escepticismo del delfín y la corte, yo persistí en creer su misión divina. En presencia de ella y por ese breve lapso, yo iba en compañía de Dios y mataba por Dios. Al sentir mi voluntad incorporada a la suya, mi inquietud desapareció”.
Sus éxitos militares le valieron el título de marqués y el reconocimiento como héroe nacional. Carlos VII intentó, una vez coronado, deshacerse de la molesta campesina ya que no creía conveniente que un rey dependiera de la fama o las visiones de una muchacha casi adolescente que afirmaba estar en contacto con Dios. Quizá por eso nadie movió un dedo para impedir que Juana fuera hecha prisionera por los ingleses e internada en el castillo de Rouen donde esperó resignada su suerte.
Mientras esto sucedía, Gilles de Rais se presentó ante Carlos VII dispuesto a organizar el rescate de su protegida. El mariscal, atenazado por el dolor, solicitó de su monarca hombres y pertrechos suficientes para el asalto de Rouen. El rey se negó en redondo a secundar la empresa aduciendo que intentar salvar a la doncella sólo supondría un desastre para sus tropas. De todas formas, la muchacha ya no era imprescindible para su causa y el ejército sería más útil en los futuros compromisos bélicos que lo enfrentarían al enemigo inglés. Gilles, perplejo por lo que estaba escuchando, increpó a gritos al desagradecido soberano: “¿Quién es este rey que niega a su salvadora la posibilidad de ser recuperada de manos inglesas? Sólo sois un miserable bastardo que se sirvió de la pureza demostrada por la doncella para alcanzar sus fines. ¡Os desprecio!”. Dicho lo cual, subrayó la afrenta arrancándose sus blasones, en los que figuraba la flor de lis, y, pisando el emblema, abandonó la estancia ante el estupor de los nobles que rodeaban al rey. Gilles de Rais decidió armar por su cuenta una compañía de mercenarios que le acompañasen a liberar a Juana de sus captores pero no llegó a tiempo de salvarla y murió quemada en la hoguera. Gilles se encierra entonces en su castillo de Tiffauges, negándose a tener contactos sexuales con mujer alguna y dando comienzo a una carrera de crímenes y sacrilegios que tratan de desafiar a Dios por haber permitido que Juana fuese juzgada por bruja y torturada hasta la muerte. Guilles abandonó a su esposa y única hija y se retiró a sus propiedades. Daba suntuosas fiestas en las que dilapidaba su fortuna. Protegía a los niños desvalidos en su centro de acogida para huérfanos instituído por él al que llamó “Los Santos Inocentes” mientras mantenía un cuerpo de cincuenta personas de guardia más un coro religioso vestido con lujosos trajes de oro y seda. El incienso para perfumar las estancias se contaba por barriles y en sus desplazamientos se hacía compañar por varios órganos, uno de los cuales era de tal envergadura que debía ser transportado por seis hombres.
Para tratar de obtener más riquezas ya que su tren de vida aliviaba las arcas familiares a un ritmo vertiginoso, Guilles recurrió a la ayuda de alquimistas que pudieran enseñarle a materializar el oro de la nada por medio de la piedra filosofal. Una pléyade de charlatanes se dio cita entonces junto a él. Uno de los que más impacto causaría en la vida del marqués sería el florentino Francesco Prelati, alquimista y oficiante de misas negras en las que abundaban los sacrificios humanos. El primer niño asesinado lo fue en honor a Satanás. Es este oscuro personaje quien le indica que la mejor forma para poder recuperar la fortuna despilfarrada consiste en firmar un contrato con el diablo. Algunas de las biografías cuentan incluso que en su testamento llegó a legar parte de sus bienes a Satanás, pero reservándose su vida y su alma y que en las escrituras del castillo de Tiffauges figuraba como titular el mismísimo Rey de las Tinieblas.
A partir de este momento comienza una época de terror y contradicciones que duraría ocho años. Tras dilapidar una de las fortunas más grandiosas del siglo XV, Gilles se inicia en las prácticas alquímicas y en invocaciones demoníacas. Para ganarse la confianza del Maligno hizo secuestrar a un hermoso niño de una de las familias más pobres de Machecoul que sería cruelmente torturado y asesinado. A éste le seguirían varios más. Aunque el demonio no se aparecía, el marqués comienza a desarrollar un perverso placer sexual ante las torturas y sufrimientos de los niños y adolescentes maltratados. Goza lacerándoles y al verles mutilados: La simple visión de la sangre le proporcionaba un éxtasis sexual indescriptible que le lleva en ocasiones hasta el coma.
Guilles de Rais gustaba también de decorar su habitación con las cabezas más bellas de sus víctimas, a las que hacía peinar y maquillar y era habitual que con sus esbirros organizasen concursos para elegir a la cabeza más hermosa que sería empleada después en sus ritos de necromancia. En 1432, un aprendiz de doce años de edad desapareció para siempre de la aldea de Machecoul pero no causó gran revuelo esta marcha ya que Gilles de Sillé, primo del marqués, había pedido permiso a los superiores del niño para enviarlo a un recado... De otro niño de nueve años, pastor de bueyes, también no se supo más que había hablado con Sillé. Una viuda que habitaba frente al castillo se lamentó de la desaparición de su hijo de ocho años, "un hermoso muchacho de piel blanca, y muy hábil". Dos semanas mas tarde se notó la ausencia de otro menor. Para calmar los alterados ánimos en la aldea de Machecoul, Gilles de Sillé explicó a la gente que había raptado a los niños para enviarlos a Inglaterra como parte del rescate que se pedía para conseguir la libertad de su hermano, prisionero de los ingleses, los cuales exigían cierto numero de muchachos para adiestrarlos como pajes.
Las continuas desapariciones de los niños cerca de las propiedades de Rais eran motivo de especulaciones, si bien nadie se atrevía a acusar directa y abiertamente a Rais ya que aunque empobrecido seguía siendo un personaje poderoso. Sin embargo, y como las deesapariciones de muchachitos iban en aumento, al duque de Bretaña no le quedó más remedio que intervenir. Viendo indicios más que suficientes de la culpabilidad de Rais en la perpetración de los crímenes, el 13 de septiembre de 1440 fue detenido por un grupo de soldados, que hallaron en el castillo de Machecoul los cuerpos despedazados de cincuenta niños y adolescentes. En el proceso que se siguió contra este monstruo se lograron demostrar 140 asesinatos cometidos por él entre 1432 y 1440 aunque algunos investigadores elevan esa cifra a más de doscientos y otros a casi mil coincidiendo con el número de desapariciones de niños que se produjeron en la zona gobernada por el barón durante su época de terror. El número total nunca se sabrá debido al pánico que los familiares de los desaparecidos sentían ante el "discípulo de Satanás" y a la cantidad de huérfanos que las sucesivas guerras que encharcaron de sangre Europa habían arrojado a los caminos.
Los abominables crímenes de Gilles de Rais siempre fueron dirigidos a niños entre siete y quince años, varones en su gran mayoría y atractivos, por lo que también se le ha encuadrado como un maníaco sexual y un pederasta. Rais, que en un principio se negó a declararse culpable, fue sometido a las más diversas torturas pero hasta que no se le amenazó con la excomunión no se decidió a confesar allegándose total culpabilidad en los crímenes y disculpando a sus parientes y servidores. Lo curioso del caso es que se consideraba muy católico y después de cada asesinato iba arrepentido a la capilla a rezar por su salvación y la de sus víctimas. Extraña dualidad la de este hombre que se llamaba “hijo de Cristo”, y que pidió a los padres de las víctimas que rogaran por él al cielo, y a los que solicitó su perdón antes de la ejecución. En el juicio que se le hizo prometió peregrinar a Tierra Santa para pedir la conclusión de sus pecados.
Cuando finalmente fue condenado por el obispo de Nantes a la pena capital bajo la acusación de "hereje, reincidente, brujo, sodomita, conjurador, espíritu malvado, adivino, asesino de inocentes, apóstata, servidor de fetiches desviado de la fe y su enemigo, además del vaticinador y maestro brujo que era y es", el único argumento que alegó en su defensa fue: "La estrella bajo la que he nacido me ha destinado a cumplir hechos que nadie había podido entender". Al amanecer del 26 de octubre de 1440 fue llevado a un descampado junto a dos de sus cómplices para ser colgado y quemado en la hoguera. Antes de pender en la horca, Rais se disculpó públicamente por sus acciones, además de recomendar que nadie siguiese su ejemplo ni se sumiese en la perversión a la que él había llegado. Colgado y quemado en la hoguera, por petición de sus familiares y atendiendo a su linaje, el cuerpo parcialmente incinerado fue retirado del fuego para ser enterrado.
¿Realmente Gilles de Rais cometió todos los crímenes que se le atribuyen o la acusación formó parte también de una maniobra política? En estos últimos años, algunos historiadores franceses pretenden rehabilitar la figura del célebre mariscal, intentando destacar su faceta militar en la guerra de los Cien Años, donde tuvo una participación decisiva en la campaña de Orleans, mientras argumentan que los juicios a los que fue sometido el barón de Laval estuvieron plagados de irregularidades jurídicas. Juan V ,duque de Bretaña y señor feudal de Gilles de Rais, fue el gran beneficiado de este proceso, pues de un tajo se libró de alguien que le hacía demasiada sombra y lo mismo puede decirse del rey Carlos pero lo que es indudable es que, aunque hubiera sido uno solo el niño asesinado, nada ni nadie puede justificar quitarle la vida aun ser inocente...
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