Jaime Barrientos González

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4 mar 2010

Pol Pot, el genocida que “jugó con fuego”



El Infierno en la tierra se llamó Camboya


Sumarios:
Niños de ocho años , sometidos a la voluntad absoluta del “Hermano Número Uno”, fueron entrenados para masacrar sin piedad
“Para escapar de las monstruosas torturas, uno de los incontables presos, decidió suicidarse mordiéndose la lengua: se desangró lentamente”
¿Qué puede esperarse de un ser que convirtió en siniestros lemas las siguientes frases?: “Quien protesta es un enemigo; el que se opone, un cadáver”. “Perderte no es una pérdida. Conservarte no es de ninguna utilidad” Firmado: Pol Pot, “Hermano Número Uno”. En 1996, una Comisión de Investigación sobre el Genocidio Camboyano confirmó que la cifra de tres millones 300 mil muertos probablemente fuera mayor. Un auténtico espanto si se tiene en cuenta que la población total del país, antes de la llegada de los jemeres rojos, no superaba los siete millones y medio. Casi el 23 por cien de los camboyanos fue asesinado.
Entre 1975 y 1979, el gobierno del partido “Angkar” convirtió el país en un gigantesco campo de exterminio. Un año antes de la toma de Phnom Penh, liquidó sin contemplaciones a aquellos compatriotas comunistas que habían vivido temporalmente en Vietnam, considerados "de cuerpos jemer y mentes vietnamitas". Tampoco se salvaron los extranjeros, que empezaron a ser tratados como espías. Una de las primeras directrices de Pol Pot acerca de los rebeldes de la etnia Cham fue que "los jefes deben ser torturados cruelmente para obtener una imagen completa de su organización". Una mujer dijo que había tenido que mirar cómo aplastaban las cabezas de sus familiares uno por uno; si hubiese llorado, le advirtieron, la habrían matado también.
Cuando los habitantes de Phnom Penh se lanzaron a las calles para celebrar el fin de la guerra, no sabían lo que les esperaba. Inmediatamente después de la “liberación”, se ordenó la evacuación ya que la ciudad iba a ser bombardeada por los norteamericanos y, por su propia seguridad, iban a ser trasladados al campo. “Será sólo unos días”, aseguraban. En aquel éxodo a la fuerza, dos millones de personas tuvieron que hacer el camino a pie o en carros. Muy pronto empezaron a aparecer en las cunetas los cadáveres de quienes no resistían la marcha. El horror no había hecho más que comenzar... Saloth Sar, verdadero nombre de Pol Pot, y sus acólitos idearon un plan demencial: "Basta un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros construimos". Los demás sobraban... Los que regresaron del extranjero con ánimo de participar en una revolución cuyas aberraciones desconocían, fueron detenidos nada más arribar al aeropuerto de Phnom Penh.
Había que eliminar todos los vestigios del pasado. Los vehículos a motor se destruyeron y el carro pasó a convertirse en el único medio de transporte. Se quemaron bibliotecas y fábricas y se prohibió el uso de medicamentos: Kampuchea estaba en condiciones de reinventar todas las medicinas necesarias para sus ciudadanos empleando la sabiduría popular. Los médicos tampoco escaparon a la purga al considerar que si una persona estaba tan enferma para necesitar uno, era una lacra para el país y merecía morir. Sólo los campesinos eran ciudadanos ejemplares al no haber sido contaminados por el capitalismo. La colectivización integral se llevó a cabo en sólo dos meses. La propiedad privada y el dinero desaparecieron: nadie era dueño de nada. Incluso la ropa (el pijama negro y el pañuelo rojo de los jemeres) pertenecían al Partido. Cualquier fallo, incluso involuntario como la simple rotura de un vaso, no podía ser un error sino una traición contrarrevolucionaria que conducía a un castigo seguro o directamente a la muerte. Pol Pot, que había sido profesor, prohibió la enseñanza y la libertad de desplazamiento. La comida se suministraba en los refectorios y poseer una olla era un delito. Muchos no soportaron la escasez de alimentos y las extenuantes jornadas de doce a catorce horas de trabajo en los arrozales y morían por hambre y agotamiento. Las raciones eran tan miserables que hubo casos de canibalismo. Mostrar dolor por la muerte de un familiar también era un síntoma de debilidad. Al intentar ayudar a una vecina, una mujer fue castigada porque “no es su deber ayudarla. Al contrario, demuestra que todavía tiene usted piedad y sentimientos de amistad. Hay que renunciar a esos sentimientos y extirpar de su mente las inclinaciones individualistas." Hasta las manifestaciones públicas de afecto estaban prohibidas. Quien apelara a su autoridad paterna sabía que toda la familia sería asesinada. Los menores no contaminadas por el capitalismo fueron sometidos a un lavado de cerebro. Críos de diez años denunciaban a sus propios padres por los motivos más nimios. Se creó una raza de criaturas alienadas y violentas, capaces de rebanar el cuello a quien robara fruta o un puñado de arroz crudo: quien fuese capaz de traicionar al Partido debía morir. Niños y niñas de ocho años, fanatizados y sometidos a la autoridad absoluta del “Número Uno”, fueron entrenados para masacrar sin piedad.
Las relaciones sexuales sólo podían mantenerse con fines reproductivos y se obligó a los jóvenes a casarse para traer al mundo a los nuevos ciudadanos de la Kampuchea Democrática. Se estableció también que cada persona debía producir dos litros de orina diarios que, cada mañana, serían entregados al jefe local para fabricar abono. En las aldeas se organizó una nueva forma de vida con familias separadas, comedores colectivos y sesiones de reeducación. En cuatro cucharadas de sopa de arroz consistía su dieta diaria. Debían levantarse a las cuatro de la mañana y trabajar hasta las diez de la noche. Los casos de paludismo y disentería se dispararon pero los jemeres les decían que su mal era del espíritu y les negaban entonces cualquier alimento.
Las matanzas comenzaron poco más tarde: en el otoño de 1975, seis meses después de la toma de la capital. Entre 1976 y 1978, en la prisión de Tuol Sleng, en Pnom Penh (hoy transformada en “Museo del Genocidio”), fueron asesinados tras duros interrogatorios y torturas entre 14.000 y 20.000 “contrarrevolucionarios”. Sólo siete detenidos sobrevivieron a este lugar denominado S-21. Nadie sabía qué sucedía en el interior de los centros de internamiento pero los campesinos que vivían cerca se referían a ellos llamándolos “konlaeng choul ot cheng” (“El lugar en donde se entra pero no se sale”). Los “sospechosos” lo eran por razones tan insignificantes como tener creencias religiosas, un título universitario o simplemente saber leer y escribir; usar gafas, saber un idioma extranjero o haber trabajado en alguna oficina antes del 17 de abril de 1975.
El ansia de exterminio de Pol Pot llegó a extremos inconcebibles. Al saber que algunos camboyanos habían conseguido huir a Thailandia, mandó sembrar las fronteras con diez millones de minas. Para ahorrar munición, sólo un 29 por cien de los detenidos fue fusilado. El seis por cien acabó ahorcado o asfixiado mientras que el 53 por cien moría degollado o con el cráneo aplastado. Los demás corrieron peor suerte: se les dejaba morir por hambre y sed, eran enterrados hasta el pecho en fosas llenas de brasas y era costumbre quemarles la cabeza con petróleo ardiendo. Como si fueran animales dañinos, eran golpeados salvajemente. Cualquier instrumento servía: palos, azadones y aún insectos venenosos... Con alicates les arrancaban la carne a jirones. Otros eran ahogados en excrementos antes de haber sido enloquecidos con descargas eléctricas.
Los niños, encarcelados por el simple hecho de robar comida, no se libraron tampoco de la crueldad. Los guardianes les golpeaban y pateaban hasta la muerte. Les convertían en juguetes vivientes, colgándoles de los pies. La diversión consistía en tratar de acertarles con sus botas en los testículos y otras partes sensibles de sus famélicos cuerpos mientras se balanceaban cabeza abajo. También jugaban a hundirles en las ciénagas: cuando empezaban las convulsiones, les dejaban respirar y volvían a sumergirles una y otra vez, hasta que fallecían. Siniestro y terrible fue el "Árbol de los Niños", contra el que los recién nacidos eran golpeados para ser después arrojados a una fosa. Otro árbol célebre era el del "Silencio": para ahogar los gritos y llantos de las víctimas, los carceleros ponían música a todo volumen.
Las fotografías tomadas antes de las ejecuciones hablan por sí solas: miles de caras demacradas, rostros asustados de hombres y mujeres, ancianos y niños, todos con el horror reflejado en los ojos. Algunos, sonriendo con muecas patéticas ante la cámara. En las prisiones se numeraba a las víctimas antes de su ejecución. Si el torso estaba desnudo, el papel con el número se sujetaba a la piel con un imperdible. Pero quizá ya ni les importara: nada más llegar, a todos los internos se les arrancaban las uñas de las manos durante interminables interrogatorios. Para acabar con aquellas sesiones de indecible dolor, muchos admitían las más insospechadas majaderías o reconocían sus relaciones con el KGB, la CIA, los servicios secretos vietnamitas o la elite política anterior. Sólo siete personas salieron con vida del campo de exterminio de Toul Sleng. En una pared aún se puede ver el siniestro decálogo de obligado cumplimiento para los presos: “1: Debes responder a todas las preguntas. Contesta directamente y sin rodeos. 2: No ocultes los hechos con excusas sobre esto o aquello. 3: No seas idiota: tú eres alguien que intentó enfrentarse a la revolución. 4: Responde inmediatamente a mis preguntas sin perder tiempo en reflexionar. 5: No me cuentes nada a cerca de la esecencia de la revolución. 6: Mientras recibas latigazos o descargas eléctricas no debes gritar. 7: No hagas nada. Siéntate y espera mis órdenes. Si no hay ninguna, estate callado. Cuando yo exija que hagas algo, debes hacerlo inmediatamente y sin cuestionarlo. 8: No busques excusas respecto a Kampuchea Krom a fin de ocultar tu cara de traidor (delta del Mekon ocupado por Vietnam, reivindicado por los prisioneros con la esperanza de sintonizar con la fibra patriótica de sus torturadores). 9: Si no sigues las anteriores reglas te daré muchísimos latigazos o descargas eléctricas”. La última era prácticamente igual a la anterior: “Si desobedeces cualquiera de ellas te daré diez latigazos o cinco descargas.”


Chim Math, de 49 años, la única mujer que pudo salir con vida del S-21, relató su paso por aquella antigua escuela pública de Phnom Penh. Sus recuerdos son espeluznantes: "A través de agujeros en la pared de mi celda veía las torturas y cómo se deshacían de los cuerpos como si fueran basura. Jamás olvidaré el olor de los excrementos de los cerdos mezclado con la sangre humana". Y es que Pol Pot decidió que los “contrarrevolucionarios” deberían ser útiles a Camboya tras la muerte y sus cadáveres fueron empleados para abonar los arrozales. El escultor In Cham salvó la vida gracias a pasar dos años tallando y esculpiendo figuras con la efigie oficial de Pol Pot. "Después de ser golpeado en la cabeza con un bastón durante tres días y tres noches, recibir descargas eléctricas y ser repetidamente sometido a asfixia por inmersión en un tanque de agua, decidí confesar que había trabajado para la CIA." Para escapar de tanto horror cuenta como otro preso se suicidó una noche. Al no tener con qué hacerlo, se mordió la lengua y se desangró lentamente.


Bou Memg, pintor especializado en carteles cinematográficos se salvó también al convertirse en el retratista oficial del “Hermano Número Uno”. Gracias a eso “tampoco volvieron a torturarme aunque me habían dejado la espalda en carne viva con una caña de bambú cuando me apresaron en Battambang”. "Nos levantábamos a las cuatro de la mañana -continúa- y hacíamos media hora de gimnasia, con los grilletes de hierro en los tobillos. Aunque estábamos casi desnudos, nos registraban todos los días. Dos horas más tarde, obligaban a los presos a tumbarse otra vez en el suelo. Así, durmiendo o fingiendo hacerlo, pasaban toda la jornada. Estaba prohibido sentarse, incorporarse sin permiso o simplemente moverse. Tampoco se podía hablar. Comíamos siempre lo mismo: un plato de potaje y, para cenar, una tacita de sopa de plátano. Dos veces al día nos daban un vaso de agua. Nos trataban como animales. Cada vez que había un cambio de guardia nos recontaban, golpeándonos con un grueso bastón en la cabeza. No recibíamos información alguna. Ni siquiera sabíamos el día o la hora que era."
Kong, un carpintero de 58 años escapó de la muerte enmarcando los retratos de Pol Pot. No olvidará nunca el espantoso olor de los cadáveres. "En entre los que estaban el de su mujer y tres hijos. Ieng Pech, un técnico de obras públicas se volvió imprescindible porque nadie excepto él era capaz de reparar y mantener en funcionamiento el grupo electrógeno que abastecía de energía al centro. "De aquella máquina dependía mi vida. La cuidé como un tesoro durante meses. Me advirtieron que si se paraba me matarían”."Tras obligarme a escribir una detallada autobiografía, fui torturado durante dos semanas. Me golpearon salvajemente y me arrancaron todas las uñas, hasta que afirmé ser agente de la CIA. Después me recluyeron junto con otros cuarenta prisioneros en la celda número 4 del pabellón D. Desnudos unos y en calzoncillos otros pero todos sujetos con grilletes metálicos."
Nadie ha conseguido hacer un retrato completo de Pol Pot, prefería permanecer en el anonimato, ni entender cómo pudo dirigir el genocidio de su propio pueblo. Su energía parecía provenir de una capacidad de odio sin límites. Quizá el problema residiera en su mediocridad. Como señalan quienes tuvieron algún contacto con él, la amabilidad de Pol Pot era legendaria. Según el periodista Nayan Chanda: “No me pareció violento ni dramático. Al contrario, su manera de hablar era suave y gentil”. El corrupto y depuesto rey Sihanouk aseguró: “Es como el ruiseñor, que seduce a sus víctimas con sus maneras y fina voz. Para el subdirector de la Agencia de Noticias de Vietnam “Pol Pot era encantador. No sólo fue un excelente anfitrión sino que expresó su gratitud a los amigos y hermanos de Vietnam. ¿Cómo alguien tan amable, encantador, sonriente y educado se convirtió en en un ser duro, deprimente e incluso brutal?”. Su guardaespaldas, Ieng Sary, le conocía bien: "Su cara era siempre afable... Y mucha gente la entendía mal: podía sonreír a alguien y, acto seguido, mandarle ejecutar”.
¿Quién fue Pol Pot? En 1996 le preguntaron a un desertor jemer y respondió: "No se. Quizás no es una persona. Pero si lo es, lleva siempre uniforme negro, una cinta roja en la cabeza y zapatos de goma". Saloth Sar, autodenominado Pol Pot (“Jugar con Fuego”), nació en Prek Sbauv, en la provincia de Kompung Thom el 19 de mayo de 1925. Más tarde falseó su biografía y se hizo descender de un humilde campesino cuando en realidad era el menor de los siete hijos de un próspero hacendado. Su hermano Loth Suong, oficial de la Guardia Real, dijo que de niño era muy amable. A los seis años su familia se trasladó a la capital en donde tenían conexiones con la dinastía Norodom: Sisowath Monivong, una prima de Saloth Sar había crecido en el Palacio Real trabajando de bailarina y llegó a ser esposa consorte del rey. Su hermana mayor, Saroeung, fue también concubina del monarca cuando sólo contaba quince años. Esta y otras circunstancias pondrían a Saloth “Pol Pot” Sar en contacto con la élite de la capital. Aprendió francés y estudió en un prestigioso colegio católico de Camboya, aunque nunca llegó a graduarse.
Monje durante algún tiempo en un monasterio budista, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-45) se unió a las fuerzas de Ho Chi Minh que luchaban contra la dominación colonial francesa en Indochina y contra la ocupación japonesa. Al acabar la guerra, ingresó en el Partido Comunista de Camboya (1946) y realizó una estancia en París (1949-53), durante la cual se dedicó a la agitación política pero no sacó adelante sus estudios de electrónica.


Maestro en Phnom Penh de 1954 a 1963, se consagró luego por entero a la reorganización del partido y a la lucha clandestina, primero contra el régimen del príncipe Norodom Sihanuk y luego contra la dictadura militar de Lon Nol. En 1960, participó en la fundación del Partido Popular Revolucionario Jemer del cual fue nombrado secretario general dos años más tarde. En 1962 fue asesinado Tou Samouth, el principal líder del comunismo camboyano y cuya muerte, aún hoy, permanece sumida en el misterio. En 1963 organizó el grupo guerrillero inspirado en la doctrina de Mao Zedong, derrocó a los militares y tomó el poder en 1976.
Tras la guerra civil que siguió al golpe de Estado del general Lon Nol en 1970, se alió con el príncipe Norodom Sihanuk a quien luego traicionó. Después de que los jemeres rojos expulsaran del poder al militar en 1975, Pol Pot ocupó la jefatura del gobierno. Depuesto en enero de 1979 por los vietnamitas que invadieron el país, dimitió como comandante en jefe en 1985 aunque permaneció escondido en la selva hasta que, el 17 de junio de 1997, los jemeres anunciaron mediante un mensaje radiofónico que habían detenido a su líder histórico. Un canoso y demacrado Pol Pot escuchó en silencio la condena a cadena perpetua mientras centenares de personas gritaban ”¡Aplasten, aplasten a Pol Pot y a su banda!” y aplaudían. “Se podía ver la angustia en su rostro mientras era denunciado por quienes antes le fueron leales. Estaba a punto de llorar” recuerda el periodista Robert Birsel. Sin embargo, nunca se arrepintió de sus crímenes
Pol Pot falleció en una choza, aparentemente de un fallo cardíaco mientras dormía aunque el lugar estaba impregnado de un fuerte olor a formaldehído. Nual Nou, su mujer y alto cargo de los Jemer durante su insensato gobierno, afirmó que se fue a dormir cerca de las nueve de la noche con dolor de cabeza y de estómago y que, cuando volvió, ya estaba ya muerto. El tiempo, el calor y la humedad de la jungla habían empezado a descomponer el cadáver cuando, siguiendo la tradición camboyana, fue incinerado. Como combustible se usaron muebles viejos, neumáticos usados y una colchoneta. Entre una espesa humareda negra, sus restos desaparecieron en medio de un olor nauseabundo. ¿Cómo se permitió que un monstruo así manejara con mano de hierro a todo un pueblo? El historiador William Shawcross en su obra “Sideshow: Kissinger, Nixon and the Destruction of Cambodia'”, la radicalización y crueldad de los jemer rojos tuvo mucho que ver con la carnicería y el terror causado por la campaña secreta de bombardeos norteamericanos. Poco después de la Segunda Guerra Mundial "los camboyanos acogieron el marxismo no por sus análisis teóricos, sino para aprender cómo deshacerse de los franceses y transformar la sociedad feudal que el colonialismo había dejado en gran parte intacta".

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