Estaba disfrutando de un apacible fin de semana primaveral cuando recibí la llamada de mi primo Fernando, investigador de la importante aseguradora que se había hecho cargo del robo perpetrado en la residencia de los marqueses de Vizniegra durante la madrugada del jueves al viernes.
En pocas palabras Fernando me puso al tanto de la situación. Al parecer un ladrón había entrado en el chalet y había sustraído, además de todas las joyas de la inquilina, Rosa García de Fresnedillas, los dos mejores cuadros de la colección privada de la familia de ella.
Por Fernando me enteré de que quien ostentaba el título no era Guzmán Fernández, un hombre que frisaba la cuarentena aunque aún conservaba un indudable atractivo y que había sido con anterioridad su secretario personal, sino Rosa, bastantes años mayor que él. Mi amigo había hecho bien su tarea y, así, había descubierto que efectivamente de asalariado pasó a ser marqués pero que el “braguetazo” sin embargo no había sido tan redondo como se podía haber supuesto ya que, además de haber firmado una separación de bienes al contraer matrimonio, la gestión de la incalculable fortuna que hasta entonces había llevado él sin dar cuentas a nadie, había pasado a otras manos por indicación del hermano mayor de Rosa Fresnedillas.
Era público y notorio que la heredera de los Vizniegra siempre había sentido predilección por la gente más jóven que ella por eso no me extrañó que el marido, quellegó después que nosotros al cahlet y que dijo haber estado esquiando en Lleida, nos cogiera en un aparte y nos contara sus sospechas sobre la identidad del posible ladrón: “Para mi -nos dijo entre estornudo y estornudo de lo que parecía ser un formidable constipado- no hay ninguna duda: el autor no puede ser otro que el profesor de tenis de Rosa. Sólo él, a parte del servicio, que lleva muchos años trabajando en la vivienda familiar, suele acudir con regularidad al chalet para darle clases. En su día fue campeón internacional pero sufrió una lesión de tobillo y ahora sólo es un sinvergüenza que vive de las mujeres...
Dos agentes habían inspeccionado el lugar de los hechos pero poco pudieron sacar en claro ya que el mayordomo, desconocedor de que se había producido un robo, había mandado, como cada mañana, limpiarlo todo borrando así las posibles pistas. Al parecer el ladrón había entrado por una ventana de la parte de atrás, colocada a pie de calle, rompiendo el cristal pero como la doncella supuso que la fractura se debía a un golpe de viento recogió los pocos trozos de vidrio que había en el interior de la vivienda ya que casi todos habían caído fuera, sobre un parterre de rosas, y dio cuenta del hecho a su señora quien, como tampoco reparó en el robo hasta varias horas más tarde, se limitó a llamar al cristalero.
Al examinar el exterior pude comprobar que, a pesar de haber recogido los cristales rotos, aún quedaban unos cuantos pedazos al pie de los rosales que, por lo que se veía, habían sido fumigados, supuse, para prevenir alguna de las plagas que afectan a estas delicadas flores. También me fijé en que en la tierra removida había unas huellas de calzado deportivo pertenecientes a esa conocida marca que tiene por costumbre colocar su anagrama tanto en los laterales como en la suela: Saqué entonces de mi maletín un grueso pedazo de plastilina que siempre llevo conmigo e hice un molde.
Al preguntarle al jardinero cuándo habían sido desinsectadas las plantas me respondió que lo fueron el mismo jueves, “aprovechando que el señor estaba de viaje desde el día anterior y que sabía que no iba a volver hasta hoy sábado porque tiene alergia a los productos químicos que utilizo para las rosas”.
Luego me dirigí a la marquesa para que me dijera cuántas personas tenían llave del chalet ay así supe que, a parte de ella y su marido, sólo el mayordomo contaba con un juego, tanto de la puerta delantera como de la trasera.
Creía saber quien era el ladrón casi con total seguridad pero aún así le pedi a la doncella que se encargaba de lustrar el calzado que me dejara los zapatos que había traído puestos el marqués así como las deportivas que utilizaba el profesor de tenis en sus clases. Volví a sacar la plastilina y tomé huellas de ambas suelas. Tres días después tenía el resultado de los análisis y se los hice llegar a mi primo Fernando con una nota en la que le decía quien había robado las joyas y los cuadros.
SOLUCION
“Estimado Fernando -le escribí en la misiva-, ponte en contacto con la Policía y diles que suelten al profesor de tenis. El ladrón no vino de fuera sino que actuó desde el interior. ¿No te fijaste que los cristales habían caído en el jardín?: señal inequívoca de que la ventana había sido rota desde dentro. Pero aún hay más: las zapatillas de tenis no tenían restos de insecticida pero sí los zapatos del marqués consorte. ¿Cómo es posible que los hubiera si Guzmán no se encontraba, según nos dijo, en la casa cuando el jardinero fumigó sino que había estado esquiando y acaba de volver poco después de que nosotros llegáramos al lugar de los hechos? Que detengan al marido, los estornudos no se debían a un constipado sino al proceso alérgico que se le desata cuando está en contacto con los productos químicos de jardinería.
Efectivamente yo tenía razón. Guzmán, jugador sin fortuna, estaba lleno de deudas y no se le ocurrió mejor forma de pagarlas que robando a su mujer.
Jaime Barrientos González
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1 oct 2009
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