Jaime Barrientos González

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1 oct 2009

La Aristocracia del Veneno



A medida que los interrogatorios llevados a cabo por La Reynie se hicieron cada vez más jugosos, las presas de Vincennes, siempre más locuaces, acabaron por dar nombres que eran la flor y nata de la alta aristocracia cortesana de París: la condesa du Roure, la vizcondesa de Polignac, la duquesa de Angulema (prima del rey), la duquesa de Vitry, la princesa de Tingry, la condesa de Gramont, el conde de Cessac o el de Clermont-Tonnerre... Saltó a la palestra el nombre de mademoiselle Claude de Vin des Oeillets, camarera de la marquesa de Montespan que, para colmo, había tenido un "affaire" con el rey. Fruto de esta relación parió una bastarda en 1676, conocida como Louise de La Maison-Blanche. La lista no parecía acabar nunca:. la mismísma duquesa de Vivonne, cuñada de la marquesa de Montespan, fue nombrada y también dos hermanas que pertenecían al círculo íntimo del rey, Ana María Mancini, duquesa de Bouillon, y Olimpia Mancini, condesa viuda de Soissons y amante en otro tiempo de joven Luis XIV. Ambas eran sobrinas del difunto cardenal Mazarino. La duquesa de Bouillon era la consorte del jefe de la ilustrísima Casa de La Tour d'Auvergne, soberana del principado de Sedan, y cuñada del mismísmo mariscal-príncipe de Turenne, el héroe de la Fronda y hombre de confianza de Luis XIV. En cuanto a la condesa viuda de Soissons, pertenecía por matrimonio a la Casa de Saboya-Borbón-Condé, rama colateral de la familia real francesa y rama colateral también de la Casa Ducal de Saboya-Carignano. El difunto tío político de Olimpia Mancini, el Conde de Soissons, había muerto en acto de servicio dejando un bastardo y una hermana que se convirtió en la heredera universal de su casa, casando con un hijo menor del duque de Saboya, el príncipe Francisco Tomás de Saboya-Carignano, a la sazón conde consorte de Soissons. El hijo y heredero de ambos se convertiría en el marido de Olimpia Mancini, y fallecería en más que extrañas circunstancias y de forma repentina, levantando serias sospechas sobre la naturaleza de su muerte.
Cuando la policía fue a detener a la condesa de Soissons, ésta había huído con cuantas joyas y dinero pudo acaparar refugiándose en Bruselas, bajo protección española. Llevó consigo a su amiga íntima la marquesa d'Alluye y ninguna de las dos volvió a pisar suelo francés. Luego viajó a Inglaterra y a España de donde fué expulsada al ser acusada, sin pruebas, de haber envenenado a la reina Maria-Luisa de Orléans, consorte del rey Carlos II. Definitivamente retirada en Bruselas, moriría allí sola y olvidada. En cuanto a su amiga y comparsa, la marquesa d'Alluye, después de expiar sus crímenes en el exilio, conseguiría obtener su rehabilitación. Otros dos implicados de la lista de La Reynie, el conde de Cessac y la vizcondesa de Polignac, lograron escurrir el bulto y escaparse al extranjero intentando hacerse olvidar. Los demás fueron detenidos a tiempo y encarcelados en la Bastilla.
En uno de los momentos del proceso, La Reynie preguntó a la duquesa de Poulaillon, acusada de brujería, si había visto al Diablo y, en tal caso, que le dijera cómo era. Su réplica, segura como estaba de que su pertenencia a la nobleza la salvaría, como así fue, no tuvo desperdicio. "Pequeño, negro y feo, exactamente como vos!" le respondió. Haciendo gala de su ingenio, la duquesa se pasó el resto del juicio exasperando a sus jueces con sus ocurrencias. Como no se pudo probar nada contra ella, fue finalmente absuelta y puesta en libertad. Se le ocurrió entonces publicar sus ingeniosas ocurrencias pero el rey, que no estaba dispuesto a tolerar tal estado de cosas, la desterró por rebeldía.
Más largo fue el juicio del duque de Luxemburgo-Piney, mariscal de Francia: duró catorce meses. Fue acusado, no de envenenar, pero sí de emplear hechizos para librarse del administrador de una rica viuda con la que planeaba casarse; de causar la muerte de su propia mujer; de hacer que su cuñada, la princesa de Tingry, se enamorase de él y de convocar al Maligno para que le proporcionase victorias en el campo de batalla. Aunque no fue un testigo astuto y habló más de la cuenta, fue exculpado de todos los cargos y desterrado a sus dominios... durante una semana. En compensación, mandaron a su secretario a galeras. Cuando el duque volvió a la corte, Luis XIV le recibió sin mencionar una sola vez el juicio, le concedió importantes destinos en los campos de batalla en los que obtuvo grandes triunfos. Hasta del gran escritor Jean Racine se llegó a sospechar, él por haber sido cliente de La Voisin y porque su amante había muerto tiempo atrás en extrañas circunstancias. Aunque se dictó una orden de arresto contra él nunca llegó a ser ejecutada.

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