Jaime Barrientos González

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1 oct 2009

La Voisin, una envenenadora de altos vuelos

Corre el año de 1678. Un sacerdote de Notre-Dame se acerca sigiloso a la Prefectura para advertir a Nicolas Gabriel de La Reynie, jefe de la Policía de París. El sacerdote había vacilado antes de revelar secretos de confesión, aún sin citar nombres, pero para él era un cargo de conciencia el hecho de que cada vez más feligreses se confesaran de haber envenenado a alguien. La Reyne hizo algunas indagaciones que no prosperaron hasta que un joven abogado, por casualidad, fue a comer a casa de una tal madame Vigoureux. Una de las comensales, madame Bosse, se emborrachó durante la velada y onnubilada por la bebida dijo de repente: "¡Qué comercio tan encantador!¡Qué clientes!, ¡Duquesas y príncipes! Tres envenenamientos más y haré una fortuna: podré retirarme."
El jefe de policía envió entonces a madame Bosse una mujer "gancho" que presuntamente quería acabar con su marido. Ni corta ni perezosa, la envenenadora le preparó un bebedizo con que despachar al imaginario esposo. Conseguida la evidencia, en plena noche, La Reynie mandó registrar su casa, en donde encontraron arsénico, cantáridas, recortes de uñas, polvos varios y potingues supuestamente afrodisíacos. Con esas evidencias fueron detenidas la Bosse y su amiga, madame Vigoureux, y el hijo y las dos hijas de ésta última, mientras dormían todos en la misma cama. Llevados a la prisión-castillo de Vincennes, en el careo, la Bosse acusó entonces a La Voisin de haber envenenado a su marido, igual que a los ya difuntos esposos de las señoras Dreux y Leféron.
Bosse y Vigoureux fueron muy locuaces. Declararon ser adivinas y admitieron que había por lo menos 4.000 personas practicando ese tenebroso oficio en París y a la sombra de la Corte, con fácil acceso a las residencias del rey Luis XIV. Dieron nombres, y entre ellos, el de una tal Catherine Deshayes, apodada "La Voisin", y el de madame de Poulaillon, una de sus clientes más asiduas, perteneciente a un ilustre linaje de alta magistratura de Burdeos.
Los nombres de La Voisin y de Poulaillon dejaron entrever a La Reynie que estaba tras la pista de un negocio tan complicado como siniestro pero que, además, tenía ramificaciones comprometedoras por el alto rango de algunas de las encausadas. Descubrió así que el nombre de madame La Voisin era de sobra conocido. Todo el mundo sabía de ella y de sus clientes en las más altas esferas: regentaba un lucrativo negocio de venta de venenos que compraban mujeres deseosas de enviudar.
La Reynie llevaba haciendo investigaciones desde hacía un año cuando, en 1679, en los círculos de la corte estalló la verdadera bomba y corrió la increíble noticia de que se habían dictado órdenes de arresto contra la condesa de Soissons por el asesinato de su difunto marido, muerto en 1673; contra la duquesa de Bouillon por envenenar a un lacayo que sabía de sus amores y por intento de asesinato de su marido el duque. También se cursaron cédulas contra la marquesa d'Alluye por envenenar a su suegro y contra la princesa de Tingry, dama de la reina Maria-Teresa de Austria, de quién se decía que había hecho lo mismo con su propio hijo recién nacido. También fue detenido el poderoso y popular duque de Luxemburgo-Piney, mariscal de Francia, así como otras varias personas más de la misma clase social. Al ser interrogada la duquesa de Bouillon por los jueces, admitió haber visitado reiteradas veces a Madame "La Voisin" del brazo del duque de Vendôme pero sólo"para ver las Sibilas"...
Dada la relevancia de algunas de las personas encartadas, el 10 de abril de 1679, se reunía por vez primera la Cámara Ardiente, en sesión secreta para que no se difundieran los detalles de las investigaciones. El Tribunal tenía por objeto poner fin a las prácticas de brujería. El procedimiento consistía en arrestar a los que La Reynie tenía por sospechosos y en someter el interrogatorio a los ojos del procurador general. Los que no fueran absueltos, pasarían a un tercer grado llamado "la Cuestión", un eufemismo para disfrazar larguísimas y terribles sesiones de tortura.
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Entre otros crímenes, a madame Voisin le acusaron de haber practicado por lo menos dos mil abortos. Pero había más. Se descubrió también que habían sacrificado al Diablo niños vivos secuestrados en los barrios más pobres de París. Hasta la propia hija de La Voisin había ocultado a su hijo por miedo a que fuera asesinado en aras de un pacto diabólico. Durante los interrogatorios se descubrió también que se había visto implicada en un atentado frustrado contra la vida de Luis XIV al proporcionar a sus autores un preparado elaborado con As y acetato de plomo, también llamado “polvos de sucesión” o “azúcar de Saturno”. Se supo que el mismo día de su detención, La Voisin iba a poner en manos del rey una solicitud extendida en papel impregnado con veneno y que había dado a la duquesa de Fontanges un par de guantes igualmente impregnados de una sustancia tóxica.
Cuando el interrogatorio de La Voisin finalizó, La Reynie, horrorizado, confesó haber perdido su fe en la naturaleza humana: "Las vidas humanas están a la venta y se negocia con ellas a diario como con cualquier artículo; se tiene al asesinato como único remedio cuando una familia atraviesa dificultades; se practican hechos abominables en todas partes: en París, en los suburbios y en provincias”.
Las tres brujas, La Voisin, Bosse y Vigoureux, fueron sentenciadas a muerte. El 22 de febrero de 1680, Catherine Deshayes, alias “La Voisin”, implicada por La Bosse, fue ejecutada acusada de brujería, por provocar abortos y vender venenos pero, ni aun bajo tortura aceptó su presunta culpabilidad. Según una testigo, la llevaron a rastras hasta el patíbulo, "atada y encadenada. Mientras blasfemaba sin cesar, le cubrieron el cuerpo de paja, que se quitó de encima cinco o seis veces, pero al final las llamas se elevaron y desapareció".
Madame Vigoreux falleció bajo tortura, mientras que la Bosse, tras sobrevivir a tremendos tormentos, fue también quemada viva. Locamente enamorada del marqués de Richelieu, trató de envenenar a su esposa legal y a las muchas amantes de éste. Ante tamaña declaración, las señoras Dreux, de Poulaillon y Leféron fueron inmediatamente arrestadas y encerradas en Vincennes. Las tres se salvaron por sus apellidos pero fueron encerradas de por vida en tres conventos distintos de Bélgica.
En ese mismo año, 1680, otra de las encausadas, una adivinadora, Marquis Feuquieres, apodada “La Filastre”, fue quemada viva al reconocer que había sacrificado al diablo un niño y a su propio hijo recién nacido. La Dodee, encausada también, se suicidó en prisión así como Catherine Trianon. Guibourg Abbe, otro de los detenidos, confesó todos los horrores practicados en los castillos de Villebonim, Chagny y en la propia casa de La Voisin, en la calle de Beauregard en la que servía como criado y fue condenado a cadena perpetua. El hijo ilegítimo de Henrique de Montmorency y sacristán de San Marcel, en San Denis, confesó haber participado en misas negras; Mariett Pere, una echadora de cartas, fue implicada por La Voisin como abortista. Maria Margarita Montvoisin, hijastra de La Voisin; madame de Banished, arrestada por haber ejecutado al marido de La Bosse con brebajes, y madame de Romani, fueron encarceladas a perpetuidad.
Pero, súbitamente la investigación se vino abajo cuando todos los criminales encerrados en Vincennes empezaron a nombrar a la marquesa de Montespan. La declaración de madame Brunet, que mató a su marido, un importante burgués de París, fue de gran importancia en el asunto de los venenos.
Por la “Capilla Ardiente” pasaron igualmente madame De Beause, procesada por haber comprado sapos y otros “encantamientos”; los esposos Bahimont, acusados de participar en numerosos envenenamientos o la adivinadora madame Bergeret, bajo el cargo de conspirar contra Luis XIV. Esta última se habría asociado con un pastor protestante llamado Grand Etienne, que, según se decía, conocía las “suertes”. Otro brujo que participó en ese complot fue Regnart, llamado el Gran Autor, experto en realizar misas negras.
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Desde la muerte en la hoguera de La Voisin y de sus compinches, se habían arrestado a unas 150 adivinas, secuestradores de niños, alquimistas, falsificadores, sacerdotes, practicantes de abortos, traficantes de venenos y "filtros de amor", y otras siniestras criaturas de los bajos fondos de París. Entre ellos figuraba un tal Lesage. Recluso reconvertido en adivino que se había librado de las galeras gracias a la mediación de uno de los poderosos "clientes" de La Voisin, acusó a los sacerdotes Pere Davot y a Gerard Pere de oficiar misas negras. En contra de la opinión de La Reynie, el ministro Louvois ofreció a Lesage la libertad si hablaba. Fue la primera persona en nombrar a la marquesa de Montespan, afirmando que La Voisin le había proporcionado con cierta regularidad unos "polvos" que le había encargado. Otra testigo, madame Filastre, admitió bajo tortura que la favorita real solía adquirir filtros de amor y otras mixturas del estilo pero, terminada la tortura, ésta se retractó.
A raíz de aquello, como si de un tácito acuerdo entre presos se tratara, todos empezaron a denunciar a la marquesa de Montespan como principal cliente de brujas y adivinas. Afirmaron con abundancia de detalles que La Voisin había acudido reiteradas veces al castillo de Clagny, residencia de la marquesa, y a Versalles, para entrevistarse con madame de Montespan. Se llegó a decir que ambas habían participado en toda clase de conspiraciones y siniestras ceremonias y que la propia Montespan había estado suministrando al rey filtros de amor para retenerle en sus brazos, que había participado en una misa negra para obtener el apoyo y la ayuda del Diablo y que La Voisin le propuso celebrar dos ceremonias más para asegurarse así del éxito. Pero, y eso le salvó, la marquesa había rehusado las nuevas ofertas por carecer de tiempo. Sin embargo la siniestra maquinaria ya se había puesto en marcha aunque fuera en su ausencia, se celebraron otras misas negras y se sacrificaron niños en su nombre. ¿Era culpable la Marquesa de Montespan? Su camarera, Mademoiselle des Oeillets, interrogada por La Reynie, negó tajantemente haber visto a ninguno de ellos y pidió un careo. Sin embargo, cuando la llevaron a Vincennes, todos, del modo más desconcertante, la reconocieron y dijeron su nombre. Pero, aunque La Voisin mencionó una nutrida lista de nombres de la nobleza, nunca y aún bajo tortura, citó el de Françoise Athénaïs de Rochechouart de Mortemart, "mademoiselle de Tonnay-Charente", marquesa de Montespan. Esta omisión tiene entonces dos explicaciones: o bien la marquesa tan solo participó a unos cuantos hechizos inofensivos o bien la bruja, aterrorizada por la espantosa muerte reservada a cualquiera que cometiese el menor atentado contra la vida del Rey, no quiso que se viera implicada con persona tan allegada al monarca. Sea como fuere, la prueba de que el rey creía en su inocencia fue que la conservó junto a sí en Versalles durante diez años más, aunque la mandó del primer piso al bajo.
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Profundamente turbado, La Reynie se sintió en la obligación de informar al rey de que los acusados señalaban a la marquesa de Montespan como la principal cliente de La Voisin. Luis XIV entonces reunió urgentemente a sus consejeros para debatir si era necesario actuar. Con la aprobación de sus ministros, el rey concluyó que había que dar carpetazo al asunto y quemar los archivos. Esto significaba que 147 personas, que en su mayoría habían cometido , al parecer, abominables crímenes y que, de ser halladas culpables, habrían sido torturadas y quemadas vivas, escaparían a todo castigo, excepto la cárcel; pero también que los pocos que pudieran ser inocentes, no podrían probarlo y consumirían el resto de sus vidas en prisión. Guibourg, que pretendía haber dicho misas negras por cuenta de la marquesa de Montespan y que quizá la ayudara en sus sacrílegos rezos; Chapelin, que enseñó a Filastre el espantoso arte del aborto, y otros cuantos envenenadores se beneficiarían de este sorprendente golpe de suerte. Si La Voisin, Bosse y Vigoureux no hubieran estado ya muertas, también se habrían librado.
La Cámara Ardiente cerró así sus puertas en 1682, con un balance total de 36 personas torturadas y quemadas vivas y cuatro, enviadas a galeras. Otras 36, en su mayoría personas de renombre, fueron desterradas y multadas y 36 quedaron absueltas. Las afortunadas 81 personas que se beneficiaban de las cartas selladas, pasaron el resto de sus vidas encerradas e incomunicadas en los varios calabozos de las prisiones francesas. Si hablaban era azotadas. Treinta y siete años más tarde aún vivían algunas de ellas.

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